Si un colega te dice que quiere meterse en política, aconséjale que mejor se ponga en serio con las drogas, que es mucho más saludable. La política es perniciosa para el cuerpo, las relaciones sociales y la carrera profesional. Acelera los afectos de una manera obscena y envejece terriblemente. Es cuestión de tiempo que la Organización Mundial de la Salud recomiende consumirla con moderación.
Lo que ha sucedido durante las últimas semanas no deja lugar a dudas. Cientos de diputados, cargos autonómicos, fontaneros orgánicos y trepas de diferente pelaje han padecido en sus propias carnes los estragos que provoca consagrar la vida al servicio público.
En Génova 13, por ejemplo, decenas de personas han perdido, súbitamente, la memoria. Nadie recuerda ya quiénes son Pablo Casado y Teodoro García Egea. A pesar de que, durante años, han trabajado en la sede del Partido Popular, nadie los reconoce cuando se los encuentra por el pasillo cargando cajas. La desmemoria se ha apoderado del lugar como si se tratase de un cuento latinoamericano. La diferencia es que aquí no hay ningún tipo de moraleja. Tan sólo un montón de cobardes que guardan silencio.
La política es, además, muy nociva para las relaciones familiares. Tomás Díaz Ayuso colaboró con una empresa a la que la Comunidad de Madrid adjudicó un contrato para comprar mascarillas en el momento más crudo de la pandemia. No obstante, su hermana, Isabel Díaz Ayuso, no supo nada hasta hace unos meses. Presidir la comunidad te deja tan poco tiempo libre que ni siquiera te enteras cuando tu hermano se está beneficiando (indirectamente) de suculentos contratos con la administración. Así, es normal que las relaciones se resientan.
¿Y qué decir de los tremendos vaivenes emocionales que provoca la política? Las mismas personas que hace un mes defendían a Pablo Casado fueron las encargadas de desahuciarlo de su escaño en el momento en el que las cartas vinieron mal dadas.
Se comprende, de esta manera, que sea conveniente nombrar a personas recias para dirigir las formaciones políticas; personas que sean capaces de afrontar las adversidades de la vida pública manteniendo el tipo y transmitiendo una confianza inquebrantable. Perfiles, en definitiva, como el de Mariano Rajoy o el de Alberto Núñez Feijóo.
Es decir, gallegos.
Feijóo, el más que probable sucesor de Pablo Casado, se va a tener que enfrentar a un reto inmenso dentro de muy poco: el de recomponer el PP en el momento más delicado del partido. Sin embargo, no muestra el más mínimo miedo porque sabe que el viento sopla a su favor.
En primer lugar, dispone de un amplio respaldo popular, no sólo entre los votantes del PP, sino también entre los simpatizantes del PSOE. Así lo demuestra el voto dual que se produce en las elecciones gallegas: el PSOE gana en las generales, pero el PP arrasa en las autonómicas. Feijóo cuenta con tanto apoyo que, si les hubiera hecho los coros a las Tanxugueiras, estoy convencido de que habrían ganado el Benidorm Fest.
En segundo lugar, el líder del Partido Popular de Galicia tiene una gran experiencia gestionando crisis de reputación. Todo el mundo conoce sus fotos con Marcial Dorado y, no obstante, eso no le ha pasado ninguna factura. Sigue ganando elecciones con mayoría absoluta. Es más: ha conseguido infundir un miedo notable en los delincuentes y en sus familias. En España, las madres advierten a sus hijos de que no salgan con narcotraficantes. En Galicia, las madres advierten a los narcotraficantes de que no salgan con candidatos a la Xunta. Los temores son muy diferentes, pero están igualmente fundados.
Por último, cabe decir que Feijóo es un tipo con algo que contar. Tiene una historia, un relato. Es un gestor gris, pero resolutivo, que ha logrado contener fuera del parlamento a la extrema derecha y que encadena mayorías absolutas con una facilidad pasmosa. Es una persona seria que trasciende los debates inanes de los populismos de izquierda y derecha. Nada que ver con Pablo Casado, que nunca tuvo nada que contar, o con Díaz Ayuso, que, para lo bueno y para lo malo, es más madrileña que C Tangana, lo que dificulta que pueda aspirar a una candidatura nacional.
Tener una buena historia en política no es un asunto menor. Al contrario. Las elecciones se ganan elaborando relatos sobre quiénes somos y qué aspiramos a ser, sobre cuáles son nuestros problemas y cómo vamos a abordarlos desde las instituciones y la sociedad. Sin una narración que sustente sus proyectos, los políticos no son nada más que burócratas aburridos que salen por la tele. Y nadie -ni siquiera los alemanes- quiere ser gobernado por un mero burócrata.
Por esa razón, es importante que, si no logras convencer a tus colegas de que insistan en sus drogadicciones y no se metan en política, los persuadas al menos de que asistan a talleres literarios, escuelas de teatro o, yo qué sé, cursos de branded content como los de la Madrid Content School. De esta manera, aprenderán a contar sus cosas de manera atractiva y podrán sobrevivir a las inclemencias de los parlamentos, las instituciones y los medios de comunicación.
En política hay sólo dos alternativas: vivir del cuento o morir traicionado.
La pluma o el puñal.