Me dijo una urbanista que, aunque en la teoría existe cierto consenso sobre la necesidad de hacer una ciudad más humana, más sostenible, con menos coches, menos enfocada en la producción y más dedicada a la reproducción y los cuidados, la realidad es bien diferente. Por lo general ese discurso tan hermoso se queda, a la hora de la verdad, en un brindis al sol por falta de voluntad política. Una cosa son los discursos y otra cosa son los hechos.
Circuló en las últimas semanas una infografía del proyecto que se va a llevar a cabo en la Puerta del Sol de Madrid, el punto neurálgico de la capital de España, el Kilómetro Cero, que en esa imagen se ve convertido en un lugar frío e inhumano, sin vegetación, sin sombra, sin lugar para sentarse, una plaza que parece sacada de una distopía futurista en la que los robots hayan exterminado a los humanos e iniciado su férreo dominio. Si uno tiene calor, como se espera, se recomienda que entre en El Corte Inglés, que tiene aire acondicionado. Un usuario de las redes comentaba jocosamente que si la infografía era así de horrenda, y ya que las infografías de las promociones inmobiliarias siempre pintan mundos idílicos que luego nunca reproducen los ladrillos, cómo sería el horror que nos espera.
Es lo que se llama una plaza dura, durísima en este caso, destinada solo al tránsito de los trabajadores, consumidores y turistas en el ejercicio de su actividad económica. Madrid quiere ser una ciudad moderna, pelea como gato panza arriba para lograr ascender en el ranking de ciudades globales, de vender su marca y su relato, pero lo que queda es una ciudad cosmopaleta que se olvida de las tendencias razonables y vende a sus vecinos por un plato de lentejas. Supongo que la Puerta del Sol, donde se afincó el estallido del 15M, quedará para eventos, mercadillos y promociones comerciales de grandes empresas, como ha quedado la de Callao. Muerta.
Lo de los grandes eventos gusta mucho últimamente. Ahora se nos viene encima una cumbre de la OTAN y las autoridades han avisado a los vecinos de que su vida se va a complicar bastante con el desembarco del poder mundial, la seguridad que le acompaña, el colapso de los transportes, así que mejor que los vecinos se queden quietecitos y no aspiren a hacer demasiadas cosas.
Un Ayuntamiento debería tener el fin de representar, cuidar y defender a los habitantes de la urbe contra las cada vez más numerosas amenazas que se les presentan. Pero hete aquí que el Ayuntamiento de Madrid con frecuencia prefiere abogar por los tentáculos extraterrestres que vienen a usar nuestra ciudad y, con respecto a los vecinos, lo único que se les dice es que se aguanten y que sobrevivan como buenamente puedan, ya sea una cumbre de la OTAN, el mordisco del turismo metastásico o la subida rampante de los alquileres (contra la que el alcalde Almeida dijo, muy orgulloso y cachondo, que no pretendía hacer “nada”).
En definitiva, que el alcalde más que un representante de los intereses de la ciudad es más bien un facilitador para que no tengan demasiados problemas aquellos que quieren ordeñar la ciudad para su propio beneficio hasta dejarla exhausta.