Imitando lo precario

Imitando lo precario

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Hay gente muy moderna que va de un lado a otro portando en la mano un café en vaso de cartón. Parte de su modernidad consiste precisamente en llevar ese vaso, que más que una bebida es un complemento. Se lleva un café de Starbucks en la mano, muy a la vista de todo el mundo, igual que se lleva un gorro de lana, unas botas viejas o una gabardina oversize

A veces el moderno de turno le da un trago al café, para justificar su acarreo de un lado a otro de la urbe, pero yo a veces creo que el vaso está vacío, como a veces creo que la taza de los presentadores de los late nite también lo está. O que lleva agua, porque el café del Starbucks es muy caro y se viene una crisis muy gorda. O, peor, que lleva whisky, como hacía un amigo con una de esas tazas grandes de cerámica: a los demás les decía que era té, porque era poeta.  

En Manhattan, claro está, mucha gente lleva el café en la mano, sobre todo de buena mañana, conjuntando con las legañas y con el vaho que sale de la boca y de los túneles del metro, porque es una ciudad muy frenética, enorme, y no hay cultura de parar para desayunar. Los cosmopaletos de todo el mundo imitan una cuestión puramente práctica, fruto de la precariedad vital de muchos trabajadores, y lo convierten en un acto de distinción. Lo distinguido no es ser un entendido en los diferentes cafés italianos, como venía siendo, tomar un ristretto sin azúcar a sorbitos, poniendo tieso el meñique, sino chupar del bote por la acera. 

Algo similar ocurrió cuando los ejecutivos neoyorquinos empezaron a almorzar un sándwich o un hot dog sentados en una esquina del rascacielos de la gran corporación o en un banco del parque para no perder demasiado tiempo (era todo un choque cultural para los ceremoniosos ejecutivos de otras latitudes): que yuppies aspiracionales de todo el mundo comenzaron a descuidar de esta forma su alimentación para parecer más modernos. 

Es curioso cómo costumbres que algunos adoptan de forma forzada porque los estilos de vida se están haciendo cada vez más precarios son imitadas por otros como algo cool (hubo un tiempo en el que a los hipsters les confundían con pordioseros). Hay anuncios publicitarios que romantizan la precariedad del pobre rider de Glovo como una forma romántica y alucinante de vivir, como si en vez de perder el día en la bici de un sitio a otro por unos míseros eurillos, arriesgando la integridad física, estuvieran corriendo grandes aventuras que les convirtieran jóvenes dinámicos y actuales, y no en meros explotados. 

Mientras que los modernos europeos idolatran el desayuno a pie y la comida rápida y funcional, probablemente los modelos originales que les inspiran estén hasta las narices, deseando meterse entre pecho y espalda un menú del día con primero, segundo, postre, café, copa y puro. Y si se tercia, una partida de tute. Si es que saben lo que es. El tute y el menú del día.