¿Qué pensar de Elon Musk? ¿Es un multimillonario soberbio y descerebrado con una tremenda obsesión por la transcendencia? ¿Es un visionario genial al que todavía no llegamos a comprender, pero que desde un futuro no demasiado lejano revelará su magnitud de gigante? ¿Es un hombre universal, de esos que cambian el curso de la historia, tal como los describió Hegel pensando en Napoleón? ¿Es un niño pequeño soñador, un chaval fantasioso que nunca creció, atrapado en el cuerpo de un hombre hecho y derecho? ¿Es un pringao con demasiada imaginación y juguetes carísimos? ¿Es un outsider en el más puro centro del mainstream?
Es difícil conocer a las personas desde tan lejos, en todas las acepciones del término, pero podemos hablar del personaje que crea a su alrededor, Elon Musk como personaje de Elon Musk, como último de la estirpe de los nuevos héroes del mundo hipermoderno: el emprendedor tecnológico, ese linaje que viene de Bill Gates, de Steve Jobs, de Mark Zuckerberg, que acaba en Musk. Si todos eran ambiciosos, Elon Musk lo es más. Si todos eran inteligentes, Elon Musk lo es más. Si todos eran excéntricos, Elon Musk lo es más. Jeff Bezos, de Amazon, también es hipermillonario y algo raro, pero mucho más aburrido. Elon Musk es la encarnación con ojos y piernas de esa ideología, casi religión, de Silicon Valley que piensa que todo es posible, hasta lo imposible. “Ser un emprendedor es como comer vidrio y pararse en el abismo de la muerte”, es una de las frases motivacionales que se le atribuyen en las redes sociales.
Elon Musk se fuma un porro en la tele y bajan las acciones, pero le da igual, hace chistes en Internet sobre volver a poner la cocaína en la fórmula de la Coca Cola (parece imposible, pero quién sabe). Elon Musk retó en duelo a Vladimir Putin para dirimir el conflicto de Ucrania, rodea la Tierra de una tupida maraña de satélites, quiere colonizar Marte y está creando una forma transporte ultrarrápida: una especie de torpedo que viaja bajo el suelo, a través de tubos a baja presión casi sin rozamiento, y que se llama Hyperloop (llegará a los 1.200 kilómetros por hora).
Elon Musk, cuya forma de pensar, dicen, es fruto de una especie de atragantamiento con la ciencia ficción de su juventud, es uno de los hombres más ricos del mundo, pero dice que no le interesa el dinero: vive bajo una fuerte austeridad (excepto por el jet privado que le permite ahorrar en el bien más preciado, el tiempo) y dice no tener casa propia, viaja de sofá en sofá de casa de amigos. “Por debajo del umbral de la pobreza”, según explicó su ex pareja, la artista Grimes. Los amigos deben estar hasta el moño, sobre todo teniendo en cuenta el volumen de la riqueza de Musk. Tiene 270.100 millones dólares y siete hijos. Elon Musk dice que su cerebro produce cada minuto “pensamiento de alta calidad” con un impacto de un millón de dólares para su empresa Tesla y también dice que nadie cambia el mundo trabajando 40 horas a la semana, vaya filfa.
Ahora se ha comprado Twitter, que es como comprarse uno de los espinazos que vertebran la realidad, una esquina del salón de nuestra casa y del interior de nuestro cerebro. Hay quien ha criticado que un medio tan importante sea propiedad privada de un solo señor, y critican bien, pero la mayoría de los medios de comunicación funcionan de esta manera o similar. Propone Elon Musk cosas buenas que hacían falta hace tiempo: hacer que todo el mundo dé la cara en la putrefacta red social del pajarito, eliminar bots, trolls, cuentas falsas, toda intervención anónima que se sirva del anonimato para intoxicar y atentar contra la democracia. A ver si es verdad y no es cosa de la marihuana.