Joyce, Tangana, Proust, Rosalía.

Joyce, Tangana, Proust, Rosalía.

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Este año 2022 se celebran dos aniversarios relacionados con algunos de los autores más rompedores del modernismo de la primera mitad del XX. El centenario del Ulises de James Joyce, uno de los libros más desafiantes de la historia de la literatura, y el centenario de la muerte de Marcel Proust, que por la misma época había creado un refinado universo propio contenido en las siete novelas de En busca del tiempo perdido

Ambos escritores trataron de epatar. Joyce tomó un relato simple: el paseo de Leopold Bloom por la ciudad de Dublín mientras su señora, Molly, le pone los cuernos, todo ello con leves referencias a la Odisea de Homero. Si el relato que se cuenta es de suma sencillez, el artefacto literario que Joyce construye encima es endiablado, plagado de referencias cruzadas, una prosa enigmática, y la famosa introducción del caótico monólogo interior. 

El caso de Proust, que moja para la Eternidad su magdalena en manzanilla, no resulta tan pretendidamente vanguardista, pero también es suavemente alambicado: el Narrador de sus libros (que suele asimilarse al mismísimo Proust) se dedica a escrutar su memoria con una precisión nunca vista, con una prosa densa, extremadamente detallista, especialmente en lo psicológico, atenta a las refinadas descripciones y algo enrevesada (se ha dicho que era la prosa de un asmático, porque Proust lo era). Es esa memoria, y el aflorar de las emociones asociadas al recuerdo, el motor del texto, y no la fría sucesión cronológica de los hechos. El mundo que describe Proust es el mundo refinado y frívolo, hasta ridículo, de las clases altas  francesas de la época. Los altos burgueses, los aristócratas, los ricos, cuando cumplen los estereotipos que se les presuponen, y muchas veces los cumplen, suelen resultar risibles, y así lo resultan en las historias de amoríos y desamores que relata prolijamente el narrador proustiano. 

Proust y Joyce parecen haber estado determinados a epatar al público, a escribir algo que cambiase el curso de las formas de escribir, algo que fuese recordado por su dificultad, por su minuciosidad, por su desmedida ambición. La hybris humana suele conducir a mal destino, según se ve en las tragedias de Sófocles, pero en el caso de estos dos escritores coetáneos, parece ser que la cosa salió redonda: han pasado cien años y seguimos recordando y celebrando, a pesar de la dificultad de su lectura. A Joyce y Proust conviene leerlos, más que por el placer de la lectura, por el placer de desentrañar acertijos y superar pruebas que solo unos pocos han superado, ya sea por la dificultad o el tedio. Y luego contarlo. 

Hete aquí que las ganas de epatar se transmiten a través de las décadas, y algunos de nuestros artistas contemporáneos, como Tangana y Rosalía, muestran esa hybris, esa ambición desmedida, esas ganas de epatar, de que todo lo que hagan sea un acontecimiento. Por ejemplo, el disco Motomami que nos llega por tierra, mar y aire, esa producción minimalista que mezcla todo tipo de géneros y referencias y que ha dejado a los oídos más acomodaticios y prejuiciosos con el pie cambiado, porque usa ritmos de reguetón (el reguetón más sencillo de la historia) y utiliza un vocabulario slang que ya quisieran para sí los poetas dadaístas. En el caso de Tangana lo último es ese concierto espectáculo que no he podido de ver pero que dicen los cronistas que es una cosa ambiciosísima y pretenciosa, que mezcla concierto, teatro y cine y que, milagrosamente, sale bien. 

No creo que se deba comparar a Joyce y Proust, los gigantes que crearon la novela moderna, con artistas contingentes actuales como Tangana o Rosalía, que ni siquiera se han sometido al filtro del tiempo, pero sí que resulta interesante detectar esa característica común a todos ellos y a tantos otros artistas y científicos: el impulso humano por asombrar al personal a través de planes extremadamente ambiciosos que, como le pasaba a otro ambicioso extremo, el coronel Hannibal Smith del Equipo A, nos encantan que salgan bien.