Van volviendo los besos. Suena hermoso y cursi, pero no veo motivo para alegrarse. Desde el estallido de la pandemia se estableció el distanciamiento físico para que el virus no saltase alegremente de persona a persona, de nariz a pulmón, de modo que desaparecieron ciertas costumbres, que ahora me parecen harto insalubres, como estrecharse la mano o propinarse dos sonoros besos, uno por mejilla, para saludarse con cualquiera que pasara por ahí.
En la distancia yo ya las veía como hábitos bárbaros que la inevitable rueda del progreso iba purgando, igual que purgó las ejecuciones públicas, el lanzamiento de las aguas fecales a la calle (“¡agua va!”) o la tauromaquia, pero hete aquí que el saludo con contacto íntimo regresa con fuerza. Es que en España somos muy tocones.
Esa primera modalidad de saludo, el estrechamiento manual, fue sustituido por otras versiones mucho más sanas, algunas más aparatosas, como chocarse los codos, otras teñidas del encanto de la subcultura del hiphop, como el choque de puños. Qué elegancia es chocar los puños para saludarse. Ahora se vuelven a tender ante nosotros las primeras manos de esta nueva época postvírica, y vuelve a uno sentir ese sudor ajeno o esa blandura de los pusilánimes. También regresan los dos besos en las mejillas, una práctica mucho más infausta, por lo ortopédico de su puesta en escena y por su sesgo de género. Muchas mujeres ya venían reivindicando, sobre todo en el ámbito laboral, su derecho a no besar las mejillas (o dar las mejillas a besar) de cualquier quisqui que les pusieran por delante, y hacían bien. El virus les dio la razón. Con los estertores pandémicos corremos el riesgo de que los besos al aire vuelta a estallar a nuestro alrededor.
Recuerdo cuando yo era un animal de la noche madrileña: en la primera década del siglo, en los clubes de electrónica y eventos de pretendida vanguardia era muy común que todo el mundo se diera dos besos al saludarse, fuera cual fuera su género u orientación sexual: daba estatus de librepensamiento y modernidad. Es más, entre los amigos más íntimos no era extraño que se propinaran besos en los labios, los famosos picos, para saludarse, lo que siempre me pareció un contacto demasiado estrecho para decir hola a un colega. Pero así era la moda más desprejuiciada, aunque acabases comiendo saliva de tus seres queridos. Pocas pandemias hemos sufrido. Había, pues, tantas modalidades de saludo, desde la mano al pico, pasando por el abrazo fraternal o los dos besos en las mejillas, que cuando uno se encontraba con alguien conocido tenía que hacer complejos cálculos mentales para saber qué saludo procedía, dependiendo de variables como el momento, el grado de amistad o de molonitud personal. Por lo general, la otra persona llegaba a una conclusión diferente y así se producían sonrojantes descoordinaciones, como cuando ibas a dar un pico a alguien que te ofrecía la austera mano.
En los países latinos siempre presumimos de nuestra cercanía y de nuestra corporalidad, como si achucharse exageradamente nos hiciera esta rmás cerca de los demás, ser mejores personas y una comunidad más unida. Sin embargo, es sabido que los países orientales son mucho más comunitarios que nosotros, menos individualistas, y no tienen que andar todo el día besándose ysobándose las moléculas. Una elegante reverencia les sirve para mostrarse el debido respeto.