Mi mejor enemigo.

Mi mejor enemigo.

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Llevo tiempo sospechando que la Princesa Peach mantiene una turbia relación amorosa con Bowser, la tortuga malvada que la secuestra en todos los juegos de Super Mario. A cualquier persona la pueden raptar un par de veces -¡incluso a los miembros de la realeza del Reino Champiñón!-, pero si cada año te atrapa el mismo tipo y te conduce maniatada a los sótanos de un castillo lóbrego, eso no es mala suerte, sino fetichismo BDSM. Es obvio que ambas partes disfrutan con el juego. 

No puedo culpar a la Princesa y tampoco me atrevería a empañar el buen nombre de la tortuga libidinosa. La dinámica enemies to lovers es tan popular en las películas y series de televisión (y, sobre todo, en los fanfics adolescentes) porque a todo el mundo le gustan los buenos villanos. No sólo aderezan las historias con sus ingeniosas tropelías, sino que, además, motivan a los protagonistas a que emprendan emocionantes aventuras y descubran quiénes son en realidad.

Nuestros enemigos nos definen. 

El cine, la literatura y los cómics nos ofrecen un sinnúmero de ejemplos que lo demuestran. La personalidad del Capitán Ahab está marcada por su relación con Moby Dick, Batman no sería nadie sin el Joker (o, lo que es peor, sería un lunático disfrazado de murciélago que se entretiene dando palizas al lumpen de Gotham City) y Luke Skywalker ni siquiera existiría si no fuera por el fogoso encuentro entre el futuro Darth Vader y la Reina Amidala.  

Los enemigos son tan importantes para nosotros que, cuando no existen, nos los inventamos o exageramos la amenaza que supone algún adversario insignificante. Como bien recogió la novela 1984, se trata de una estrategia muy común en política. La identidad del Partido Popular depende de los secesionistas que quieren romper España, la de Podemos, de la casta y el fascismo, y la de Vox, de las mujeres y de los colectivos oprimidos que cometen la impertinencia de reivindicar derechos humanos.  

Las marcas son perfectamente conscientes de este fenómeno y, por ese motivo, de vez en cuando sucumben a la tentación de buscar gresca.

En los años 90, una de las contiendas más encarnizadas fue la que protagonizaron Sega y Nintendo. La campaña “Sega Genesis Does What Nintendon’t” resume en apenas 30 segundos el espíritu de la época de los 16 bits. 

Genesis does what Nintendon't!

Recientemente, Sega recreó el anuncio para festejar el 30 aniversario de Sega Genesis (MegaDrive), lo que indica el enorme impacto cultural que tuvo la campaña en su momento. 

SEGA Genesis Mini | Genesis Does

Las marcas de refrescos tampoco son ajenas a lanzarse pullas poco sutiles. Muchos años antes de que Coca Cola le deseara Feliz Navidad a Pepsi, las dos grandes empresas se enfrentaban en las campañas publicitarias. El anuncio de la máquina de vending es un clásico del conflicto. 

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No obstante, los combates más interesantes no son las peleas de patio de colegio que las marcas mantienen entre sí, sino los enfrentamientos que las compañías se atreven a tener con personalidades públicas y problemas del mundo real. 

Recientemente, Ryanair le tiró un beef a los criptobrós que, durante los últimos años, han fardado de hacerse ricos invirtiendo en divisas digitales. 

https://twitter.com/Ryanair_ES/status/1525086862368440321 

El tuit se ríe de los inversores flipados, pero también de la propia aerolínea, que admite, entre carcajadas cómplices, su propia cutrez. De esta manera, Ryanair demuestra una honestidad con la que es fácil simpatizar, incluso si recientemente has sido víctima de su pésimo servicio y de su lamentable atención al cliente. Sus aviones son un desastre, pero su shitposting es de notable alto. 

Ahora bien, si tuviera que quedarme con una sola de las marcas que han elevado la tarea de buscarse enemigos a la categoría de arte sublime, esa sería, sin ninguna duda, Otley. 

Otley es una marca de leche de avena comprometida con el medioambiente y el veganismo. Desde el comienzo, supo que su propuesta no iba a ser bien recibida por la industria alimentaria tradicional, así que, en vez de eludir el problema, optó por abordarlo de frente con uno de los lemas publicitarios más geniales de las últimas décadas.

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El lema “Es como la leche, pero hecha para humanos”, sintetiza no sólo la personalidad de la marca, sino también el alcance inmenso de su propósito. Oatly es mucho más que un sucedáneo lácteo para el desayuno. Es una forma de activismo doméstico. 

Así las cosas, ¿quién podría culpar a Peach por encamarse periódicamente con una tortuga sodomita? Nuestros rivales alimentan nuestros fracasos, pero también nuestra cartera de flamantes éxitos. Somos quienes somos gracias a ellos. 

Lo menos que podemos hacer es estarles agradecidos.